18 de octubre de 2007

Libro: Caleidoscopio

El visitante
de: L. Claudette Conde E.

Eran las tres de la mañana cuando Ángela escuchó pasos en la azotea, se escondió bajo las sábanas mientras repetía: “Padre nuestro que estás en el cielo, perdona mis pecados y líbrame de esta pena…” El sonido se acercaba más, de un sobresalto aventó el calor que la envolvía y guardó su cuerpo bajo la cama.
La puerta se entreabrió, un indeciso rayo de luz iluminó la celda. Medrosa, se agarró las piernas contra el pecho y se acercó más a la pared que detenía la cabecera de la cama.



Con los ojos abiertos como queriendo tocar el techo, vio unos pies desnudos, desgastados, con un agujero ensangrentado en el empeine. Soltó su postura fetal, se recostó boca abajo y siguió aquella silueta en forma vertical hasta toparse con el pecho herido, la cara desalineada. Se abrazó a sus piernas y comenzó a mecerse, las lágrimas enfriaban su mirada. Aquel ser, salió del encierro de Ángela dejando en el aire un tenue aroma a gardenias; un negro desencanto por no saber quién era, cubrió la habitación. Ángela salió de sus pensamientos y volvió a recostarse.

Tres ocasiones recibió la inesperada visita, tres noches le fue difícil conciliar el sueño, tres veces se preguntó ¿quién sería?

A la cuarta noche, mientras Ángela rezaba sentada en la cama, un aire helado invadió el silencio, sus ideas se desbordaban; se metió a su escondite y con los ojos cerrados se arrulló. El rechinido de la puerta marcó la llegada del visitante. Su cuerpo se estremeció, su mente giraba en torno a la oración aprendida desde su niñez: “perdona mis pecados, no me dejes caer en tentación, líbrame del mal, amén”.

Ángela buscó los pies descalzos, heridos. El sudor recorría su cuerpo, los nervios y el deseo la hacían desesperarse; ahuyentó el miedo y abandonó su protección. Su feminidad llovía, la lujuria la envolvió; en uno de los interminables abrazos, siguió la figura de abajo hacia arriba hasta toparse con el rostro indefinido de aquel ser, se encontró con una mirada anhelante, profunda, lo observó detenidamente y se dijo: - No puede ser Él… su cuerpo erizado, la obligó a despertar.

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