17 de junio de 2011

Libro: Submarinos de Papel 1

Presentación Submarinos de Papel en Gandhi


Soy como una uva, me tienen que exprimir para sacar lo mejor de mí.
Rosa Ma. Enciso
La morada
de: L. Claudette Conde E.

El púrpura es mi color favorito, su tono, oscuro como la noche, es mi refugio; hay momentos en los que parece adueñarse de mí: mis mejillas suelen encenderse casi por cualquier cosa.


Cuando suena la campana del recreo, tomo a mi mejor amigo, un libro de libélulas, y me voy al jardín de la escuela donde me espera la alberca. Me siento en la orilla, me quito los zapatos, humedezco mis pies. Luego, boca abajo, contemplo mi rostro en el reflejo del agua, y juego con mis pensamientos.


Algunas veces, Víctor deja su escondite en el salón para acompañarme. Hemos cruzado pocas palabras porque nuestros amigos son: para mí, mi libro, y para él, su cuaderno (siempre carga un cuaderno de hojas blancas y lápices de colores).


A Víctor también le gustan las libélulas, las dibuja muy bien; ayer me regaló una...


- Toma, Brenda, ésta es para ti.


- ¡Guauuuu!, es morada y preciosa. ¡Gracias!


Guardé el regalo de Víctor entre las hojas de mi libro.


Ya son varios días que Víctor no se esconde en el salón a la hora del recreo y elige irse a la alberca conmigo. Hoy, no fue la excepción. Eso me pone contenta.


Estábamos descalzos y sentados bajo la sombra de un naranjo, cuando llegaron, alborotados y ruidosos, los demás niños.


- Vengan a jugar... -gritaron.


Como no quisimos jugar con ellos, nos arrebataron a nuestros amigos de papel, los aventaron a la alberca y se marcharon. De un salto, me lancé para salvarlos, los saqué del agua... el de Víctor casi se había borrado por completo. Me quité el suéter ensopado y corrí tras mis compañeros girándolo en el aire, parecía un rehilete lanzando chispas, quería empaparlos... luego lo usé como latiguito para golpearles las piernas mientras gritaba: "¡Déjenos en paz!" Pero ellos elevaban sus burlas y cantaban: "Brenda y Víctor se gustan, se gustan". Mis mejillas se tiñeron de morado y mis ojos parecían lanzar fuego. Víctor se me acercó, y me susurró al oído: "Cálmate..."


Su voz tuvo un efecto extraño sobre mí, me detuve en seco, lo miré con una sonrisa y juntos respondimos: "¡Sí, y qué!"


Atacados de risa, regresamos corriendo a la alberca.


Desde ese día, cuando suena la campana del recreo, nuestros amigos de papel se quedan en el salón, y nos observan salpicando a los demás con jugo de uva.