13 de julio de 2014

Libro: Submarinos de Papel 1

Presentación Submarinos de Papel en La Joseluisa (Librería Fondo de Cultura Económica, Guadalajara)


Identidad

de: L. Claudette Conde E.

Fabiola paseaba por el patio de su nuevo colegio, la falda a cuadros la hacía sentir distinta, extrañaba su antigua escuela, ahí respetaban la personalidad de cada alumno, cada quien elegía cómo vestirse y convivían niños y niñas sin problema. Pero, en este colegio, no. En este colegio sólo había niñas de un mismo tono, cargando un mismo libro bajo el brazo.

     Pero no podía hacer nada, hacía una semana habían transferido a su papá a esa ciudad para terminar un libro. Y se quedarían al menos un año ahí.

     Más de una vez, Fabiola intentó acercarse a las otras niñas, pero ellas, la revisaban de arriba abajo, fijaban su vista en el brazo derecho, y como no veían el libro que todas cargaban a todas horas bajo el brazo, se alejaban. Fabiola cambiaba de dirección, pateaba las piedritas del patio y luego se sentaba en las escaleras, cerca de la capilla, tomaba una rama y trazaba con ella, al aire o sobre la tierra, los rostros de sus amigos y el enorme jardín de juegos de su vieja escuela.

     Pero, ese día, decidida a investigar, Fabiola entró en la capilla, donde fue recibida por un aroma a rosas y un sonido a caudal de río. Caminó por el pasillo, a los lados había bancas de madera, al frente una larga mesa y un atril con un libro grande y grueso parecido al libro que todas llevaban consigo. La luz tenue alumbraba un personaje desconocido para ella, se acercó con timidez. Al verlo herido, se asustó, salió corriendo y con la respiración agitada llegó a los dormitorios. Sacó su diario donde escribió: "no entiendo nada".

     Sin embargo, Fabiola se sentía sola, por eso, tomó su libro de cuentos favorito y lo forró de aquel papel azul, exactamente igual al papel del que estaban forrados todos los libros de sus compañeras. Esto la calmó, se limpió las lágrimas y, al sonar la campana, salió del cuarto para reunirse con las demás. Inmediatamente, como magia, una de las niñas la saludó. Fabiola estaba tan contenta, que cuando sonó de nuevo la campana, soltó el libro y éste cayó abierto mostrando sus páginas a todo color, lleno de ilustraciones. Varias niñas voltearon a ver lo que ocurría. Sin perder tiempo, ella lo recogió y lo cerró rápidamente; entró al salón y, con la mirada baja, se sentó en su lugar.

     Los ojos curiosos de las demás la hacían temblar. Los cuchicheos comenzaron a alterar a la hermana Gabriela, quien dio un reglazo en el escritorio. El silencio se adueñó del salón. Fabiola se hundía en la silla cada vez más. El tiempo que duró la lección fue eterno, cuando se acabó la clase ella fue la primera en salir. Sentada en las escaleras, cerca de la capilla, abrazada a su libro de cuentos, se balanceaba de atrás para adelante. Unas sombras se acercaron y taparon el sol, sin soltar el libro de cuentos, alzó la mirada, varias de las niñas la rodeaban.

            - ¿Nos puedes enseñar tu libro? - preguntó Mariana.
            - Sí, por supuesto... - contestó Fabiola con timidez.

     Abrió el libro y se los mostró. Todas las niñas lo acariciaban con ternura, sus ojos brillaban cuando Fabiola les enseñó las páginas a todo color. Luego escogió una de sus historias favorita y se las leyó.

            - ¡Me encanta! - comentó Mariana, y las demás la apoyaron moviendo la cabeza.
            - Ojalá tuviéramos cada una uno igual - dijo Rosalía.
            - No, lo mejor sería que todas tuvieran uno distinto, así, cada una tendría una historia nueva que contar a las demás.



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